martes, 16 de abril de 2013

Qué y cómo enseñar en épocas de la web 2.0

El profundo y vertiginoso cambio cultural por el que venimos transitando desde hace algunas décadas está, entre otros factores, íntimamente relacionado al desarrollo y la incorporación a la vida cotidiana de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). Si bien este cambio cultural impacta en todos los aspectos de nuestras vidas, el más significativo y dificultoso de asimilar es el que se produce en las instituciones educativas, porque la velocidad con que se produjo este cambio provocó una brecha tecnológica profunda entre el “afuera” y el “adentro” de la escuela: los estudiantes acceden a diferentes fuentes de información, se conectan con personas y comunidades de práctica, pueden usar la tecnología para dar forma y descubrir su propio aprendizaje. Esta fluidez con que los estudiantes trabajan con estas herramientas y acceden a la información no puede ser controlada por los docentes, lo que causa un extrañamiento en maestros y profesores, quienes tradicionalmente ocupábamos el lugar de “detentores del saber”. Al mismo tiempo, la situación de asimetría entre “expertos” docentes y “novatos” estudiantes también ha cambiado y se manifiesta claramente en el área del uso de la tecnología: nuestros estudiantes tienen, en la mayoría de los casos, más conocimiento de los diferentes recursos tecnológicos y, en tanto nativos digitales, los utilizan con mayor destreza. Si una de las tareas fundantes del rol docente (y de los adultos en general, respecto de las nuevas generaciones) es la de transmitir (saberes, experiencias y conocimientos), frente a este nuevo escenario en el cual muchas veces nos encontramos desprovistos, inseguros, aparentemente sin todos los recursos necesarios, debemos repensar nuestro rol y, con él, el problema de la transmisión, es decir, la necesidad de conservar, recuperar, dar continuidad a lo cultural, que sin dudas es la esencia de todo proceso educativo. Cuando hablamos de transmisión nos referimos a lo que una generación adulta le “pasa” a la generación que le sucederá, los herederos: sus vínculos, valores, sus creencias. Los cambios producidos en las últimas décadas en las instituciones familiares y educativas han erosionado profundamente esta noción de transmisión, particularmente en relación con la crianza y con la educación. Por tanto, reflexionar acerca de la transmisión (qué enseñamos, qué consideramos que las nuevas generaciones no pueden desconocer) es concientizarnos acerca de las formas en que aseguraremos la continuidad de la sociedad y colaboraremos en la construcción de su futuro. Para esto, es necesario revisar el modo en que lo haremos. Basta con escuchar a los docentes o a los padres hablar de estudiantes o hijos para darnos cuenta de que se han producido grandes cambios en la infancia o en la adolescencia, lo que a su vez ha provocado modos diferentes de relación entre generaciones, reformulación de conceptos básicos tales como la distancia comunicativa, y con ella el concepto de autoridad que intervenía en la construcción de esa distancia. Si bien toda generación joven se constituye respecto de la generación anterior tomando distancia a partir de una diferencia (con una actitud, más o menos explícita, contestataria o indiferente) la tarea de la transmisión justamente consiste en construir un relato que dé cuenta de la continuidad de la historia de ese grupo en el tiempo. Sin embargo, adultos, jóvenes y niños vivimos en un presente que parece rechazar de plano el pasado, que aparentemente no puede nutrirse de él porque ha cambiado todo: modo de comunicarse y de relacionarse, la concepción del tiempo(real/virtual), la celeridad de los cambios tecnológicos y sus consecuencias pragmáticas, la mediatización de la vida privada y el concepto de la mirada del otro. Adultos, jóvenes y niños estamos atravesados por todos estos cambios. Solo que el deber insoslayable de “transmitir” es de los adultos: padres y docentes son los que deben poder reflexionar, pensarse y pensar en cómo dar continuidad a nuestra historia y para ello, deberemos considerar tanto las viejas como las nuevas experiencias del tiempo, rescatar del pasado valores y creencias que son universales y necesarias, fomentar el desarrollo del sentido crítico, proveer herramientas de discernimiento, y considerar a nuestros jóvenes y niños como sujetos cuyas identidades se constituyen en múltiples espacios, incluso muchos de los cuales son desconocidos por los adultos. Llegados a este punto, retomemos entonces nuestro interrogante: ¿qué y cómo enseñar en épocas de la web 2.0? De lo dicho podría desprenderse, que, por difícil que pueda parecer, en primera instancia es necesario que padres y educadores construyan un espacio de intersección entre el pasado y este presente, que reúna a las distintas generaciones. Repensar la transmisión revisando nuestro lugar de adultos frente a estas nuevas generaciones. En el ámbito educativo específicamente, no son pocos los autores que reclaman una redefinición del rol docente. ¿Pero cómo redefinir? ¿cómo vencer el temor al cambio? Y, en todo caso, ¿hacia dónde encaminar este cambio? ¿Qué es lo que habría que cambiar? En primer lugar, es necesario renunciar a la creencia omnipotente de que debemos saberlo todo, que la transmisión desde la escuela es determinante para construir el destino del otro. En realidad, hoy en día, la información está en todas partes y el aprendizaje sucede en cualquier lugar y momento. A esto llama Nicholas Burbules “aprendizaje ubicuo”, concepto que surge, precisamente, con la masificación de la tecnología portátil. Para Burbules, hace una diferencia sustancial en el aprendizaje el hecho de poder acceder a la información en cualquier lugar y en cualquier momento o, mejor dicho, en el momento en que esa información es útil y relevante para ese individuo. De modo que, el aprendizaje ubicuo se refiere a aprender de una manera distruibuida en el tiempo y en el espacio, en el momento pertinente, o sea, en cualquier momento de nuestra vida diaria, sin la determinación de lugares específicos para aprender (como la escuela) o de personas específicas (como el docente). Visto de este modo, el aprendizaje en esta época es un proceso más colaborativo, donde muchas voces están presentes. En este contexto, la transmisión que debemos imaginar desde la escuela debe contemplar el acceso de todas esas voces: la de los docentes y alumnos de todas las edades, y las de estas redes también, que proyecte su mirada sobre el conjunto social a través de la enseñanza. La pregunta que faltaría responder es ¿cómo? Y esta es una pregunta que no admite una sola respuesta. Cada docente irá encontrando su modalidad, su canal de comunicación, sus estrategias. Lo que sin dudas nos asegurará el éxito en el ámbito de la transmisión educativa será crear condiciones para que los jóvenes se animen a encarar esa labor con voz propia y, al mismo tiempo, animarnos a nutrirnos de esas voces sin temor a perder, como adultos, el rol de guías, de provocadores de este proceso.

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