viernes, 2 de agosto de 2013

"Haz lo que yo digo..." Ruido entre palabra y acción.





“Los valores que están incorporados a nuestras vidas tienen siempre un nombre y un apellido, porque los hemos descubierto a través de un ser humano concreto.” Max Scheler





Por estos días mucho escuchamos hablar sobre el flagelo en la escuela del “bullying”, término tomado del inglés que significa “intimidación”, pero que, en la práctica, comprende más que eso: diversos grados de violencia verbal, psicológica y física de un grupo contra un individuo, al que se aisla, etiqueta y se condena a ser lo que ese grupo pretende ver en él. El tema empezó a preocuparnos cuando ya había varias víctimas entre los adolescentes, grupo más indefenso, tal vez, ante este tipo de situaciones. Como adulta, percibo perplejidad en nosotros y pocos recursos para detener este tipo de prácticas. En las escuelas, docentes y directivos se debaten sobre cuándo es el momento de intervenir y, llegado el caso, cuál sería la mejor manera de hacerlo, la más eficaz. Los expertos en el tema proponen establecer normas claras, velar por el cumplimiento de esas normas, trabajar con los chicos y sus familias, capacitar a los docentes. Pero todo esto es como apagar el incendio cuando ya se ha quemado más de la mitad del bosque. De hecho, ya no hablamos sobre cómo prevenir estos casos de violencia, sino más bien sobre cómo debemos actuar cuando estamos frente a ellos.

Y si bien lo urgente a veces nos impide pensar en lo importante, creo que solo podremos empezar a poner freno a la situación si pensamos dónde se origina. Porque no es en la escuela ciertamente. Allí se evidencia más porque ese solía ser el ámbito del orden, de la buena convivencia. Pero esta violencia es de todos y tiene que ver con la sociedad que supimos conseguir. Como la queja solo es loable en el tango, es fundamental que pensemos qué hacer para detener esto. Como docentes, padres, ciudadanos, qué hacer frente a tanta violencia de todos contra todos. Y esto nos lleva casi sin escalas a la educación, a la transmisión de valores. Los valores se enseñan a través de ejemplos. Con la práctica misma. De nada servirá que les digamos a los adolescentes que dejen de ser violentos, agresivos, prejuiciosos, deshonestos, etc. si lo que ellos ven en nosotros es todo esto. Justamente, los otros nos ofrecen la única oportunidad que tenemos de descubrir los valores: aprendemos a ser honestos cuando vemos honestidad; a ser solidarios cuando son solidarios con nosotros; a no discriminar cuando ya desde nuestras familias se condenaba la exclusión; a ser justos cuando vemos que se ampara al que es avasallado, violado, robado, perseguido, maltratado o excluido. Aprendemos a convivir lejos de la impotencia y de la desesperanza.
Es decir, la experiencia, no las palabras, son las que transmiten, enseñan los valores en un grupo social. Heredamos los valores vividos por las generaciones anteriores y aunque por circunstancias históricas de diversas índoles una sociedad pareciera haber perdido algunos valores fundamentales, en algún lugar de la memoria colectiva están guardados esperando que vayamos a recuperarlos y los pongamos nuevamente de manifiesto en la práctica. Esto supone una toma de conciencia, un comprender profundamente el significado que tiene una enseñanza de los valores no fundada solo en discursos, sino en la experiencia personal. Si lo pensamos como una labor para la sociedad toda, de una vez, parece una tarea gigante. Pero si pensamos que todos somos responsables, cada uno podrá empezar desde este mismo instante a cambiar las cosas.
Mi propósito como madre y como docente, como ciudadana de este país, es que mis hijos y mis alumnos, alguna vez, encuentren mi nombre y mi apellido en alguno de los valores que han adquirido y que los hicieron ser personas de bien.